Comentario
El Renacimiento italiano es visto por el resto de Europa, a inicios del siglo XVI, como auténtico paradigma a seguir, con un prestigio que no se cuestiona, e identificado con ese modelo a lo romano digno de ser imitado. Literalmente lo italiano se pone de moda y es asumido con carácter diferenciador respecto a lo local, con las mismas ideas de prestigio y dignidad que los príncipes y mecenas, en los distintos centros italianos, habían hecho consustanciales a sus promociones artísticas. Lógicamente este uso e instrumentalización del arte se adecua perfectamente a los ideales y necesidades de las recién consolidadas monarquías europeas.
La Iglesia, por su parte, había sabido siempre el valor que, para sus fines y mensajes, tenía el hecho artístico y, a su vez, asume la idea de rango que aquél conlleva, como promotora y poseedora. Así lo entendieron también los círculos humanísticos luteranos que suministrarán ideas al respecto, y lo mismo cabe decir de otras instituciones, municipales o comerciales, importantes y de algunas poderosas familias.
Los inicios de este proceso de difusión y asimilación del modelo italiano vienen caracterizados, en la mayoría de los casos, por un uso indiscriminado de elementos del código renacentista, determinado por ese carácter diferenciador señalado; en ocasiones, bastaba que no fuera gótico para aceptarse como válido. Ello conducirá a las denominadas respuestas nacionales que, a la postre, no son sino el resultado de este uso indiscriminado, adecuado a la tradición artística local.
El término puede ser válido, matizando que no se trata, en rigor, de una respuesta, que no se produce la elaboración o potenciación de un sistema que se oponga al influjo italiano, en la aceptación y asimilación que nos ocupa; lo que realmente ocurre es que determinados elementos, formas y motivos renacentistas se integran en un todo diverso, gótico fundamentalmente, pero que en el caso español, por ejemplo, conviven también con elementos mudéjares. Esta convivencia es particularmente evidente en edificios estructuralmente góticos, que incorporan motivos decorativos de grutescos o a candelieri renacentistas. Esencialmente, se debe a la falta de una tradición técnica y a la inexistencia de un fundamento teórico, respecto al nuevo lenguaje renacentista, que es adoptado sólo en aspectos epidérmicos, en general, durante el primer tercio del siglo XVI.
Esta contradicción, que, en términos generales, puede inscribirse en el binomio tradición medieval-nueva cultura renacentista, podemos pautarla, asimismo, en otro orden de cosas. La consideración del artista en Italia y su prestigio social no va a tener su paralelo en el resto de Europa, donde el artista, salvo excepciones muy contadas, seguirá arrastrando durante todo el período que nos ocupa una condición -y una consideración- de quasi artesano.